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Encuentra a Skirata. Él es el único que puede hablar cuando
los hombres están un poco… decaídos. Y no, no voy a destruir todo un bloque de
barracas solo para neutralizar a seis ARC’s. Así que tráiganme a Skirata: no
puede estar lejos.
General Iri Camas, director de fuerzas especiales, para la
Fuerza de Seguridad de Coruscant, de Control Incidental de Asedios. Cuartel
General de Barracas de la Brigada de Operaciones Especiales, Coruscant, cinco
días después de la Batalla de Geonosis.
Ciudad Tipoca, Kamino, ocho años antes de Geonosis.
Kal Skirata había cometido el mayor error de su vida, y
había cometido otros bastante grandes anteriormente. Kamino estaba húmedo. Y la
humedad no le ayudo en nada a su tobillo roto. No, estaba más que húmedo: no
había más que tormentas de polo a polo, y deseo que el que había trabajado
antes que él respondió a la lucrativa oferta de Jango Fett a largo plazo en un
lugar que su viejo camarada no había especificado con exactitud. Pero esa era
la menor de sus preocupaciones ahora. El aire olía más a un hospital que a una
base militar. El lugar no lucia como barracas tampoco. Skirata se apoyó del
barandal que era lo único que lo separaba de una enorme caída hacia una cámara
lo suficientemente grande como para tragarse un crucero de batalla y perderlo
de vista. Por encima de él, el techo abovedado iluminado se extendía hasta el
abismo. La perspectiva de la caída no le preocupaba ni siquiera la mitad de lo
que de lo que estaba viendo. La caverna
- quirúrgicamente limpia, pulida con duracero y permaglass- fue llenada con
estructuras que parecían fractales. A primera vista parecían toroides gigantes
apilados en columnas; entonces, mientras miraba, los toroides se volvían en
anillos más pequeños de contenedores de permaGlass, con contenedores dentro de
ellos, y dentro de ellos. NO, no pudo haber pasado. Dentro de los tubos
transparentes había fluido, y había movimiento. Llevo varios minutos de
observación para notar que dentro de uno de los tubos había un cuerpo vivo. De
hecho, había un cuerpo en cada tubo: fila tras fila de pequeños cuerpos,
cuerpos de los niños. Bebes. “Fierfek” dijo en voz alta. Él pensó que había
llegado a este abandonado lugar para entrenar comandos. Ahora sabía que había
entrado a una pesadilla. Escucho pasos detrás, en el corredor, eran de Jango
dirigiéndose lentamente hacia él, bajando el rostro como en un reproche. “Si estás
pensando en irte, Kal, ya sabes cuál es el trato,” dijo Jango apoyándose en la
barandilla junto a él. “Dijiste que-““Yo dije que entrenarías tropas de fuerzas
especiales, y lo harás. Ellos solo están
haciéndolos crecer:’ “¿Qué?” “Clones” “¿Cómo fierfek te involucraste en esto?”
“Unos cinco millones y algunos extras por donar mis genes. Y no parezcas sorprendido.
Habrías hecho lo mismo.” Ahora todo tenía sentido para Skirata y aun así se
sentía sorprendido. La guerra era una cosa… pero esta clase de ciencia era algo
completamente diferente. “Bueno ¿y si mantengo mi parte del trato?” Skirata
ajusto la hoja de quince centímetros y tres caras que siempre guardaba envuelta
en la manga de su chaqueta. Dos técnicos kaminoanos caminaron tranquilamente a
través del piso de la instalación debajo de él. Nadie lo había revisado y él se
sentía mejor por tener unas armas localizadas para facilitar su uso, incluyendo
el pequeño blaster metido en el manguito
de su bota. Y todos esos niños pequeños en los tanques…los kaminoanos
desaparecieron de su vista. “¿Y esas cosas para que quieren un ejército de
todos modos?” “No lo necesitan. Y tú no necesitas saber eso ahora.” Jango hizo una seña para que lo siguiera.
Además, actualmente estas muerto ¿Recuerdas?” “Se siente como si lo estuviera”
dijo Skirata. Él era el Cuy’val Dar[5]… literalmente, 100 soldados expertos con
una docena de especialidades fueron quienes se respondieron uniéndose al
emplazamiento secreto a cambio de muchos créditos… siempre y cuando estuvieran
preparados para desaparecer completamente de la galaxia. Siguió a Jango por los corredores inferiores ininterrumpidos
de duraplast blanco, pasando ocasionalmente kaminoanos con sus largos cuellos y
cabezas como serpientes. Había estado aquí por cuatro días estándar, mirando
por la ventana de los cuarteles hacia el infinito océano y captando
ocasionalmente a los aiwhas[6] que se elevaban de las olas y se agitaban en el
aire. Los truenos eran totalmente silenciados por la insonorización [7], pero
el relámpago se volvía un molesto pulso irregular en la esquina de su ojo.
Skirata sabía desde el primer día que no le agradaban los kaminoanos. Sus fríos
ojos amarillos lo molestaban, y el no aguantaba su arrogancia tampoco. Ellos
miraban como cojeaba y le preguntaron si le importaba estar deficiente. El ventanal
de corredor parecía extenderse por toda la ciudad. Afuera, era difícil ver
donde acababa el horizonte y donde empezaban las nubes y la lluvia. Jango
volteo para ver si lo seguía. “No te preocupes Kal. Me dijeron que el clima
mejora en verano… por unos días.” Genial. El planeta más sombrío de la galaxia
y estaba atascado en él. Y encima su tobillo le molestaba. Realmente debería
haber invertido en arreglarlo quirúrgicamente. Cuando salga de aquí- si alguna
vez lo hace- tendría los recursos para conseguir al mejor cirujano que los
créditos pudieran comprar. Jango se detuvo. “Así que, ¿Ilippi te boto?” “Si.”
Su esposa no era mandaloriana. El esperaba que ella se adaptara a la cultura,
pero no lo hizo: ella siempre odio ver a su hombre ir a la guerra de otro. Las
peleas empezaron cuando él quería llevar consigo a sus dos hijos a la batalla. Tenían
ocho años, la edad suficiente para empezar a aprender el oficio; pero ella se
negó, y en poco tiempo Ilipi y sus hijos ya no estaban cuando el regreso de la última
guerra. Ilipi se divorció de la manera Mandaloriana, de la misma forma que se
habían casado, con un voto breve, solemne y privado. Un contrato es un
contrato, ya sea escrito o no. “Mientras tenga algo en que ocuparme.” “Deberias
casarte con una chica mandaloriana. Aruetiise[8] no entienden la vida de un
mercenario.” Jango se quedó callado, esperando alguna replica, pero Kal no se
la dio. “¿No hablas con tus hijos?” “Pocas veces. Así que fracase como padre. No
me lo restriegues.” “Obviamente ellos no
comparten la perspectiva mandaloriana más de lo que hace su madre.” “Bueno,
ahora ya no te hablarán. No aquí. Nunca” Nadie parecía preocuparle si él había
desaparecido de todas formas. Si, daba lo mismo vivo que muerto. Jango no dijo
nada más y caminaron en silencio hasta llegar a un enorme vestíbulo circular
con habitaciones conectadas como niveles en una rueda. “Ko Sai dijo que algo no
estaba bien con el primer lote de prueba de clones,” dijo Jango, conduciendo a
Skirata por delante de él hacia otra habitación. “Los pusieron a prueba y no
creen que vayan a calificar. Le dije a Orun Wa que le daríamos el beneficio de
nuestra experiencia militar y les echaríamos un vistazo.”
Skirata solía evaluar a los hombres y mujeres en combate.
Sabía lo que se necesitaba para hacer un soldado. Era bueno en eso; la milicia
era su vida, como lo fue para todos los hijos e hijas de Mandalor. Por lo menos
había algo a lo que aferrarse en este salvaje océano. Solo era cuestión de
mantenerse lo más alejado posible de los kaminoanos. “Caballeros,” dijo Orun Wa
de forma monótona. Les dio la bienvenida en su oficina con una inclinación de
su cabeza, Skirata noto su prominente y fino hueso a través de la parte
superior de su cráneo desde el frente hacia atrás. Tal vez eso significaba que
Orun Wa era viejo, o tenía mucha influencia, o algo: era diferente a los demás
cebos de aiwha que Skirata había visto hasta ahora. “Siempre creí en la
honestidad en cuanto a los retrasos en un programa. Valoramos al Cónsul Jedi
como clientes.” “No tengo nada que ver con los Jedi,” dijo Jango. “Solo soy un
consultor military.” Oh, pensó Skirata. Jedi. Genial. “Seré más feliz si usted
confirma que el primer lote de unidades está por debajo del estándar
aceptable.” “Tráiganlos entonces.” Skirata se metió las manos en los bolsillos
de la chaqueta y se preguntó qué iba a ver: Mala puntería, mala resistencia, ¿Falta
de agresión? No, no si estos fueran los clones de Jango. Tenía curiosidad por
ver cómo demonios los kaminoanos podrían haber producido guerreros de un molde.
La tormenta azotaba violentamente contra la ventana de transpariacero[9], de
forma intensa por momentos y de forma tranquila en otros. Orun Wa dio un paso
atrás con un movimiento de brazos como un bailarín. Y las puertas se abrieron.
Seis pequeños niños idénticos –de cuatro o cinco años- caminaban hacia la
habitación. Skirata no era alguien sentimental, pero esto hizo que se sintiera
así. Eran niños, no soldados ni droides ni mucho menos unidades. Solo pequeños
niños. Tenían cabello negro rizado y todos estaban vestidos de túnicas azul
oscuro y pantalones. Esperaba adultos, y eso hubiera sido bastante malo. Escucho a Jango inhalar bruscamente. Los niños
estaban todos juntos y eso rompía el Corazón de Skirata de una forma que él no
esperaba. Dos de los niños estaban agarrados entre sí, mirando hacia arriba con
enormes y oscuros ojos que no parpadeaban. Otro se movió lentamente al frente
protegiendo a los demás. Él estaba defendiendo a sus hermanos. Skirata estaba
devastado. “Estas unidades están defectuosas, y admito que quizá cometimos un
error al intentar mejorar la planilla genética.” Dijo Orun Wa, absolutamente
indiferente por su vulnerabilidad. Skirata había resuelto rápidamente que los
Kaminoanos despreciaban todo lo que no encajaba con su intolerante y arrogante
ideal de sociedad perfecta. Así que. . . pensaron que el genoma de Jango no era
el modelo perfecto para un soldado sin un pequeño ajuste. Quizá era su
naturaleza solitaria; haría una infantería de soldados imperfectos. Jango no
era un jugador de equipo. Y tal vez ellos no sabían que a menudo era la
imperfección lo que daba a los humanos una ventaja. La mirada de los niños
cambiaba entre Skirata y Jango, y la puerta, y todo alrededor de la habitación,
como si estuvieran buscando una ruta de escape o pidiendo ayuda.
“El jefe de científicos Ko Sai se disculpa, así como yo,”
dijo Orun Wa. “Seis unidades no sobrevivieron a la incubación, pero estos se
desarrollaron normalmente y parecían cumplir con las especificaciones, por lo
que se han sometido a algunas instrucciones rápidas y ensayos.
Desafortunadamente, pruebas psicológicas indican que son poco confiables y no
cumplen con el perfil de personalidad requerido. “¿Y cuál es?” preguntó Jango.
“Ellos no acatan órdenes” Orun Wa parpadeo rápidamente, parecía avergonzado por
el error. “Puedo asegurarles que abordaremos estos problemas en la actual
producción Alpha. Estas unidades serán reacondicionadas, por supuesto. ¿Hay
algo más que deseen preguntar?” “Si” fijo Skirata. “¿A qué se refieren con ‘re-acondicionar’?”
“En este caso, eliminar.” Hubo un enorme silencio en el tranquilo y pacifico
cuarto blanco. Se supone que la maldad tiene que ser negra, oscura, y no se
supone que tenga una voz amable. Skirata escucho y su instinto reacciono antes
que su cerebro. En un segundo presiono su puño cerrado contra el pecho de Orun
Wa y la vil cosa insensible sacudió su cabeza atrás. “Tocas a uno de estos
niños, fenómeno gris, y te desollare vivo y alimentare con tu cuerpo a los
aiwhas.” “Tranquilo” Jango intervino, sujetando el brazo de Skirata. Orun Wa
seguía parpadeando ante Skirata con aquellos molestos ojos amarillos de reptil.
“Esto no es necesario. Nos preocupamos sólo por la satisfacción de nuestros
clientes.” Skirata pudo escuchar el pulso en su cabeza y todo lo que le
importaba era partir en dos a Orun Wa. Matar a alguien en combate era una cosa,
pero no había honor en asesinar a niños desarmados. Zafo su brazo del agarre de
Jango y retrocedió delante de los niños. Se quedaron en silencio. No se atrevía
a mirarlos. Se fijó en Orun Wa pero Jango le sujeto su hombro y lo apretó lo
suficiente como para hacerle daño. “No lo hagas, déjame esto a mí.” Era una
advertencia, pero Skirata estaba demasiado enfadado y disgustado como para
temer la ira de Jango. “Podríamos tener
unos comodines.” Dijo Jango cuidadosamente, moviéndose entre Skirata y el
kaminoano. “Es bueno tener algunas sorpresas en la manga para el enemigo. ¿Cómo
son estos niños? ¿Y cuántos años tienen?” “Cerca de dos años estándar.
Altamente inteligentes, desafiantes, perturbados y no recomendables.” “Podrían
ser ideales para trabajos de inteligencia.” Estaba blofeando: Skirata pudo ver
el pequeño tick en la mandibular de Jango. También estaba tenso. El
cazarrecompensas no podía ocultarlo a un viejo conocido. “Digo que los
mantengamos “Los niños parecían más grandes, Skirata se volvió para mirarlos, y
ellos lo observaban a él: era casi una acusación. Volteo la mirada, dio un paso
atrás y puso su mano discretamente detrás de sí para colocar su palma en la
cabeza del muchacho que defendía a sus hermanos, solo como una innecesaria
muestra de consuelo, pero una pequeña mano se cerró firmemente alrededor de sus
dedos. Skirata trago duro. Dos años de edad. “Puedo entrenarlos” dijo. “¿Cuáles
son sus nombres?” “Las unidades son enumeradas. Y debo enfatizar que ellos no
responden a las ordines.” Orun Wa persistió como si estuviera hablando con un
Weequay[10] particularmente estúpido. “Nuestro control de calidad los ha
designado como clase ‘Null’ y debe comenzar a…” “¿Null? ¿Cómo ningún uso en
di’kutla? “Jango tomo un discreto pero audible respiro. “Déjame esto Kal.” “No,
ellos no son unidades.” La pequeña mano se aferraba por su vida. Skirata busco
con su otra mano tras de sí y otro niño presiono con fuerza su pierna,
aferrándose a ella. Era lastimoso. “Y yo puedo entrenarlos.” “Imprudente” dijo
Orun Wa. El kaminoano dio un paso al frente. Eran criaturas muy elegantes, Pero
eran repugnantes a un nivel que Skirata simplemente no podía comprender. Y fue cuando el pequeño muchacho que se
aferraba a su pierna repentinamente arrebato el blaster de la bota de Skirata.
Antes de que pudiera reaccionar, el niño la arrojo aterrado hacia el otro niño que tomaba la mano de Skirata. El chico la atrapo y apunto hacia el pecho de Orun Wa. “Fierfek.” Jango susurro. “Baja el arma niño.” Pero el muchacho no iba a detenerse. Se postro enfrente de Skirata, absolutamente tranquilo, con el blaster levantado en perfecto ángulo, con sus dedos de la mano izquierda colocados de tal forma que le daban una excelente estabilidad a la derecha, totalmente enfocada. Y mortalmente serio. Skirata abrió su mandíbula de la sorpresa. Jango se quedó inmóvil, luego se rio entre dientes. "Creo que eso demuestra mi punto", dijo, pero aún tenía los ojos puestos en el pequeño asesino. El chico puso el seguro al arma. Parecía estar comprobándola. “Está bien hijo.” Dijo Skirata, lo más gentil que pudo. No le preocupaba si el niño freía al kaminoano, pero le preocupaban las consecuencias para el niño. Estuvo instantánea y totalmente orgulloso de él… de todos ellos. “No necesitas disparar. No voy a dejar que toque a ninguno de ustedes. Solo devuélveme el blaster.” El chico no se movió; el blaster ni siquiera temblaba. Su mayor preocupación debería ser juguetes afelpados y no ejecutar un tiro directo a alguien. Skirata se acuclillo detrás del chico, tratando de no asustarlo para que dispare accidentalmente. Pero si el chico le daba la espalda. . . entonces confiaba en él, ¿no? “Vamos… solo bájala, es un buen chico y dame el blaster.” Mantuvo su voz tan suave y nivelada como pudo, cuando en realidad estaba dividido entre aplaudirle o hacer el mismo el trabajo. “Estas a salvo, te lo prometo.” El niño seguía inmóvil, seguía apuntando a Orun Wa. “Sí señor.” Bajo el arma. Skirata puso su mano en su hombre y lo hizo retroceder cuidadosamente. “Buen muchacho.” Skirata tomo el blaster de sus pequeños dedos y lo cargo entre sus brazos susurrándole “Bien hecho también.” El kaminoano no mostraba ira ni nada, solo parpadeaba, como si estuviera decepcionado. “Si eso no demuestra su inestabilidad, entonces…” “Ellos vienen conmigo.” “No es su decisión” “No… es mía.” Interrumpió Jango. “Y ellos tienen los necesario. Kal, llévatelos de aquí y yo resolveré esto con Orun Wa.” Skirata cojeo hacia la puerta, asegurándose estar entre el kaminoano y los niños. Estaba a medio camino del corredor con su extraña escolta de pequeños defectuosos cuando el niño se sintiera incómodo y se retorciera en sus brazos. “Puedo caminar, señor” dijo. Estaba perfectamente articulado… un pequeño soldado que está más allá de su edad. “De acuerdo hijo.” Skirata lo bajo al piso y los niños se pusieron detrás de él, extrañamente quietos y disciplinados. No eran peligrosos o desafiantes, a menos que se cuente el robar un arma, montar un teatrito y casi dispararle a un kaminoano como desafiante. Skirata no lo hacía. Los niños solo trataban de sobrevivir, como cualquier soldado con un deber que cumplir. Y ellos lucían de cuatro o cinco años, pero Orun Wa dijo que decir que tenían dos. Súbitamente Skirata quería preguntarles cuanto tiempo habían pasado en esas espantosas vitrinas asfixiantes de transpariacero, tanques fríos y duros que no eran nada como el confort oscuro de un útero. Debió haber sido como ahogarse. ¿Pudieron verse los unos a los otros mientras flotaban? ¿Comprendían lo que sucedía? Skirata alcanzo las puertas de su habitación y los introdujo consigo, tratando de no detenerse en esos pensamientos. Los niños se formaron en la pared automáticamente, con las manos entrelazadas detrás, esperando sin que tuviera que decirlo. Había tenido dos hijos. ¿Qué tan difícil podría ser encargarse de seis por unos cuantos días? Skirata espero alguna reacción de ellos, pero simplemente esperando alguna orden. No tenía ninguna. La lluvia azotaba la ventaba cuyo tamaño era todo el ancho de la pared. Los relámpagos deslumbraban. Todos se estremecieron. Pero seguían en silencio. “Les diré que.” Dijo Skirata desconcertado. Había llegado al sofá. “Ustedes se sientan aquí y yo buscare algo para que coman, ¿entendido?” Se detuvieron y entonces se subieron al sofá, todos juntos otra vez. Los veía tan indefensos que tuvo que salir rápidamente al área de la cocina para recoger sus pensamientos mientras pedía pastel de uj y lo cortaban en seis rebanadas. Así es como va a ser durante años... estas atrapado, compañero. Elegiste los créditos. Y este es ahora todo tu mundo… para siempre.
Antes de que pudiera reaccionar, el niño la arrojo aterrado hacia el otro niño que tomaba la mano de Skirata. El chico la atrapo y apunto hacia el pecho de Orun Wa. “Fierfek.” Jango susurro. “Baja el arma niño.” Pero el muchacho no iba a detenerse. Se postro enfrente de Skirata, absolutamente tranquilo, con el blaster levantado en perfecto ángulo, con sus dedos de la mano izquierda colocados de tal forma que le daban una excelente estabilidad a la derecha, totalmente enfocada. Y mortalmente serio. Skirata abrió su mandíbula de la sorpresa. Jango se quedó inmóvil, luego se rio entre dientes. "Creo que eso demuestra mi punto", dijo, pero aún tenía los ojos puestos en el pequeño asesino. El chico puso el seguro al arma. Parecía estar comprobándola. “Está bien hijo.” Dijo Skirata, lo más gentil que pudo. No le preocupaba si el niño freía al kaminoano, pero le preocupaban las consecuencias para el niño. Estuvo instantánea y totalmente orgulloso de él… de todos ellos. “No necesitas disparar. No voy a dejar que toque a ninguno de ustedes. Solo devuélveme el blaster.” El chico no se movió; el blaster ni siquiera temblaba. Su mayor preocupación debería ser juguetes afelpados y no ejecutar un tiro directo a alguien. Skirata se acuclillo detrás del chico, tratando de no asustarlo para que dispare accidentalmente. Pero si el chico le daba la espalda. . . entonces confiaba en él, ¿no? “Vamos… solo bájala, es un buen chico y dame el blaster.” Mantuvo su voz tan suave y nivelada como pudo, cuando en realidad estaba dividido entre aplaudirle o hacer el mismo el trabajo. “Estas a salvo, te lo prometo.” El niño seguía inmóvil, seguía apuntando a Orun Wa. “Sí señor.” Bajo el arma. Skirata puso su mano en su hombre y lo hizo retroceder cuidadosamente. “Buen muchacho.” Skirata tomo el blaster de sus pequeños dedos y lo cargo entre sus brazos susurrándole “Bien hecho también.” El kaminoano no mostraba ira ni nada, solo parpadeaba, como si estuviera decepcionado. “Si eso no demuestra su inestabilidad, entonces…” “Ellos vienen conmigo.” “No es su decisión” “No… es mía.” Interrumpió Jango. “Y ellos tienen los necesario. Kal, llévatelos de aquí y yo resolveré esto con Orun Wa.” Skirata cojeo hacia la puerta, asegurándose estar entre el kaminoano y los niños. Estaba a medio camino del corredor con su extraña escolta de pequeños defectuosos cuando el niño se sintiera incómodo y se retorciera en sus brazos. “Puedo caminar, señor” dijo. Estaba perfectamente articulado… un pequeño soldado que está más allá de su edad. “De acuerdo hijo.” Skirata lo bajo al piso y los niños se pusieron detrás de él, extrañamente quietos y disciplinados. No eran peligrosos o desafiantes, a menos que se cuente el robar un arma, montar un teatrito y casi dispararle a un kaminoano como desafiante. Skirata no lo hacía. Los niños solo trataban de sobrevivir, como cualquier soldado con un deber que cumplir. Y ellos lucían de cuatro o cinco años, pero Orun Wa dijo que decir que tenían dos. Súbitamente Skirata quería preguntarles cuanto tiempo habían pasado en esas espantosas vitrinas asfixiantes de transpariacero, tanques fríos y duros que no eran nada como el confort oscuro de un útero. Debió haber sido como ahogarse. ¿Pudieron verse los unos a los otros mientras flotaban? ¿Comprendían lo que sucedía? Skirata alcanzo las puertas de su habitación y los introdujo consigo, tratando de no detenerse en esos pensamientos. Los niños se formaron en la pared automáticamente, con las manos entrelazadas detrás, esperando sin que tuviera que decirlo. Había tenido dos hijos. ¿Qué tan difícil podría ser encargarse de seis por unos cuantos días? Skirata espero alguna reacción de ellos, pero simplemente esperando alguna orden. No tenía ninguna. La lluvia azotaba la ventaba cuyo tamaño era todo el ancho de la pared. Los relámpagos deslumbraban. Todos se estremecieron. Pero seguían en silencio. “Les diré que.” Dijo Skirata desconcertado. Había llegado al sofá. “Ustedes se sientan aquí y yo buscare algo para que coman, ¿entendido?” Se detuvieron y entonces se subieron al sofá, todos juntos otra vez. Los veía tan indefensos que tuvo que salir rápidamente al área de la cocina para recoger sus pensamientos mientras pedía pastel de uj y lo cortaban en seis rebanadas. Así es como va a ser durante años... estas atrapado, compañero. Elegiste los créditos. Y este es ahora todo tu mundo… para siempre.
Nunca dejó de llover.
Y estaba atorado con una especie que odio a primera vista, y que
pensaban que estaba bien deshacerse de unidades que estaban vivas, hablaban,
caminaban y hablaban. Pasó sus dedos entre su cabello y desesperado, cerró sus
ojos, hasta que de pronto se dio cuenta de que alguien lo miraba fijamente. “¿Señor?”
dijo el niño. Tenía el valor de un pequeño pistolero. Podría haber sido
idéntico a sus hermanos, pero era distinto en su forma de actuar. Tenía la
costumbre de cerrar un puño y tener la otra mano relajada. “¿Podemos usar los
‘freshers’? Skirata se puso en cuclillas, a la altura de la del niño. “Por
supuesto que puedes.” Fue bastante patético: No se parecían en nada a sus
propios hijos animados y bulliciosos habían sido. “Y no me llamen señor. No soy
un oficial. Soy sargento. Puedes llamarme sargento si lo prefieres, o puedes
llamarme Kal. Todos lo hacen.” “Si… Kal.” “Esta allí. ¿Puedes manejarlo solo?”
“Si, Kal.” “Se que no tienes un nombre, pero creo que realmente deberías tener
uno.” “Soy Null Once. E-N uno uno.” “¿Que te parece si te llamo Ordo?” Él fue
un guerrero Mandaloriano.” “¿Somos guerreros mandalorianos?” “Más te vale.” El
niño era un luchador nato. “En todo sentido.” “Me gusta ese nombre.” El pequeño
Ordo medito observando el suelo de baldosas blancas por un momento, como si
evaluara el riesgo. “¿Qué es un Mandaloriano?” Por alguna razón eso le dolió. Si
estos niños no sabían su cultura y que convierte a alguien en un Mandaloriano,
entonces no tenían ningún propósito, ningún orgullo ni nada que mantuviera
unido su grupo cuando el hogar no fuera un trozo de tierra. Si eres un nómada,
tu nación viaja contigo en tu corazón. Y sin el corazón de mandaloriano, no tenías
nada –ni siquiera tu alma- en cualquier nueva conquista seguida de la muerte.
Skirata supo en ese momento lo que tenía que hacer. Tenía que evitar que esos
niños fueran Dar’manda… eternos Hombres Muertos, hombres sin alma mandaloriana.
“Puedo ver que necesito enseñarles mucho.” En efecto, era su deber. “Yo soy
Mandaloriano también. Somos soldados, nómadas. ¿Sabes lo que estas palabras
significan?” “Si.” “Chico listo. Está bien, vete y clasifíquense en los
freshers, y quiero que se sienten todos en el sofá en diez minutos. Entonces
daremos nombres a todo. ¿Entendido?” “Si, Kal” Entonces Kal Skirata
–mercenario, asesino y padre fracasado- paso la tormentosa noche en Kamino,
compartiendo pastel de uj con seis peligrosos niños listos quienes podrían
manejar armas de fuego como si fueran adultos, enseñándoles de donde venía la
tradición del guerrero y sobre como tenían un lenguaje y una cultura y como
debía enorgullecerlos. Les explico que no había palabra mandaloriana para
“héroe”. Pero si había una para cobarde: Hut’uun. Había una cantidad absurda de
hut’uune en la galaxia y para Skirata los kaminoanos estaban contados entre
ellos. Los niños -ahora tratando de acostumbrarse a ser Ordo, A’den, Kom’rk,
Prudii, Mereel y Jaing- estaban devorando tanto su herencia recién descubierta
como el pegajoso pastel dulce, con los ojos fijos en Skirata mientras recitaba
listas de palabras mandalorianas y las repetían de nuevo a él. Trabajo a través
de las palabras más comunes, era muy difícil. No tenía idea de cómo enseñar un
lenguaje para niños quienes podían de hecho hablar fluidamente lo básico. Así
que simplemente enumeró todo lo que recordaba que parecía útil y los pequeños
Null ARC’s escuchaban, con el rostro sombrío, estremeciéndose al unísono ante
cualquier resplandor de luz. Después de una hora Skirata sintió que el
simplemente estaba confundiendo a unos niños muy asustados y muy solitarios. Ellos
solo lo miraban. “Bien, es tiempo de recapitular.” Dijo, exhausto por un mal
día y por percatarse de que había un inconmensurable número de días como este
que se extendían delate de él. Apretó el tabique de su nariz en un intento por
concentrarse. “¿Puedes contar del uno al diez para mí?” Prudii –N5- abrió los
labios para respirar hondo y repentinamente los seis hablaron a la vez. “Solus,
tad, ehn, cuir, rayshe’a, resol, e’tad, sh’ehn, she’cu, ta’raysh.” El intestino
de Skirata se volteó brevemente y se sentó aturdido. Estos niños absorben información
como una esponja. Solo conto una vez los números para ellos. ¡Solo una vez!
Recordaban perfecta y absolutamente. Decidió ser cuidadoso con lo que les diría
a futuro. “Vaya que son listos” dijo. “¿Acaso no son chicos especiales?” “Orun
Wa dijo que no teníamos valor.” Dijo Mereel, totalmente falto de orgullo, sentado
al borde del sofá, balanceando sus piernas casi como si fuera un niño normal de
cuatro años. Podrían lucir idénticos, pero sus personalidades eran obviamente
distintas. Skirata no estaba seguro como manejar la situación, pero él podía
verlos ahora y notar claramente sus
diferencias, pequeñas variaciones en expresiones faciales, gestos, su forma de
fruncir las cejas, incluso el tono de voz. La apariencia no lo era todo. “¿Te
refieres a que sobrepasaste sus parámetros? Mereel bajo su rostro.
Un relámpago cayó en la plataforma de la ciudad; Skirata los
sintió antes de escucharlo. Mereel levanto las piernas y se acurruco junto con
sus hermanos otra vez. No, Skirata no necesitaba a un hut’uunla kaminoano para
decirle que eran niños extraordinarios. Ellos pudieron manejar un blaster,
aprender todo lo que les había enseñado y entender las intenciones de los
kaminoanos bastante bien; no había duda del porque los cebos de aiwha les temían.
Y ellos podían ser verdaderamente soldados fenomenales –si solo pudieran seguir
un puñado de órdenes. Él trabajaría en eso. “¿Quieren más uj?” dijo. Todos
asintieron con entusiasmo al unísono. Fue un alivio. Al menos eso le dio un
respiro de unos minutos de su incesante y silenciosa atención. Comieron, aun
como adultos miniatura. No había bromas ni buen humor. Y se estremecían ante
cada rayo. "¿Tienes miedo?" Preguntó Skirata. “Sí, Kal” dijo Ordo. “¿Está
mal?” “No, hijo. No del todo.” Era un buen momento para enseñar como cualquier
otro. Ninguna lección se desperdiciaba en ellos. “Sentir miedo está bien. Es la
forma en que tu cuerpo se prepara para defenderse, y todo lo que tienes que
hacer es usarlo y no dejar que te use a ti. ¿Lo entendiste?” “No” dijo Ordo. “Okey,
piensa en estar asustado. ¿Cómo es?” Ordo desenfoco la vista, como si mirara
algo en una HUD[11] que no tenía. “Frio.” “¿Frio?” A’den y Kom’rk
intervinieron: “y puntiagudo.” “Okey…okey.” Skirata trataba de imaginar a que
se referían. Seguramente era su manera de describir la sensación de adrenalina
fluyendo por sus cuerpos. “Bien, solo deben recordar que es la alarma de su
sistema, y necesitan percatarse de eso.” Ellos tenían la misma edad que los
chicos de la ciudad de Coruscant que luchaban por garabatear cartas en flimsi[12].
Y aquí estaba, enseñándoles psicología de batalla. Su boca estaba extrañamente
seca. "Así que te dices a ti mismo, de acuerdo, puedo manejar esto, mi
cuerpo está listo para correr más rápido y pelear más fuerte, y estaré viendo y
escuchando solo las cosas más importantes que necesito saber para estar con
vida". Ordo pasó de su mirada oscura de ojos abiertos a un leve desenfoque
nuevamente por un momento y asintió. Skirata miró a los demás. Tuvieron esa
misma concentración perturbadora. También habían apilado sus platos
cuidadosamente en la mesa baja. Ni siquiera se había dado cuenta de que lo
hacían. "Intenten pensar en su miedo la próxima vez que haya un
rayo", dijo Kal. “Úsenlo.” Regresó al área de la cocina y buscó en los
armarios algún otro aperitivo para mantenerlos en marcha, porque parecían
voraces. Cuando volvió a entrar en la sala principal con una bandeja blanca de
comida rebanada que parecía aún menos apetitosa que la propia bandeja, algo
zumbó la puerta. Los Nulls inmediatamente hicieron un patrón defensivo. Ordo y
Jaing flanquearon la puerta, a espaldas de la pared, y los otros cuatro tomaron
cobertura detrás de los escasos muebles. Skirata se preguntó por un segundo qué
programa de aprendizaje rápido les había enseñado eso o, al menos, esperaba que
se enseñara de forma instantánea. Los quito de la puerta. Dudaron un momento
hasta que sacó su arma de choque de Verpine; entonces parecían satisfechos de
que tenía la situación bajo algún tipo
de control. “Me asustaron,” dijo Skirata suavemente. “Ahora retrocedan. Si
alguien viene por ustedes, deberá pasar a través de mí, y no dejare que eso
suceda.” Aun así, su reacción le llevo a pararse a un lado mientras golpeaba el
panel para abrir las puertas. Jango Fett se encontraba de pie en el corredor,
con un pequeño niño dormido en sus brazos. La cabecita rizada del niño
descansaba sobre sus hombros. Lucia más joven que los Nulls, pero tenía el
mismo rostro, el mismo cabello, la misma pequeña mano que agarra la tela de la
túnica de Jango. “¿Otro?” preguntó Skirata. Jango miró el arma de Verpine.
"Te estás poniendo nervioso, ¿verdad?" "Los kaminoanos no
mejoran mi estado de ánimo. ¿Quieres que lo cargue?" Coloco el arma en su
cinturón y extendió los brazos para llevar al niño. Jango frunció el ceño
ligeramente. "Este es mi hijo, Boba", dijo. Él movió su cabeza hacia
atrás para mirar afectuosamente a la cara del niño dormido. Este no era el
Jango que Skirata conocía de antaño; era pura indulgencia paternal ahora. “Solo
lo mantengo tranquilo. ¿Estás dando una orden? Le dije a Orun Wa que se
mantuviera alejado de ti.” “Estamos bien.” Dijo Skirata. Se preguntó cómo
formular la pregunta, pero decidió que era mejor no decir nada. “Boba luce como
ellos.” “Debería, también lo han clonado de mí.” “Oh…oh.” “Él fue mi precio.
Vale más que los créditos.” Boba se movió y Jango cuidadosamente ajusto la
forma en que lo cargaba. “Estaré de regreso en un mes. Orun Wa dijo que tendría
algunos candidatos de comandantes listos para que les demos un vistazo así como
el resto del lote Alpha. Pero dice que
los han hecho más… confiables.” Skirata tenía más preguntas que parecían
imprudentes bajo las circunstancias. Era natural para un mandaloriano querer un
heredero por encima de todo, y la adopción era común, por lo que la clonación
era… no muy diferente. Pero tenía que preguntar una cosa. “¿Porque hicieron
parecer a estos chicos más grandes?” Jango comprimió sus labios en una delgada
línea de desaprobación. “Ellos aceleraron el proceso de envejecimiento.” “Oh,
fierfek.” “Tendrás una compañía de ciento cuatro comandantes y deberan tener
menos problemas que los Nulls.” “Bien.” ¿Recibirán ayuda? ¿Habría guardianes
Kaminoanos para abordar los trabajos de rutina, como alimentarlos? ¿Y cómo
tratarían los sargentos de entrenamiento no mandalorianos? Su estómago se
revolvió pero puso una cara valiente. “Puedo manejarlo.” “Si, y yo pondré de mi
parte también. Tengo que entrenar a cien.” Jango miró a los Nulls, que ahora
miraban cautelosamente desde el sofá y empezaron a alejarse. “Sólo espero que
no sean como yo a esa edad.” Skirata empujó los controles, y la puerta rechino.
“Bien, muchachos, hora de acostarse.” Dijo. Arrastró los cojines del sofá y los
tendió en el suelo, cubriéndolos con un surtido de mantas. Los chicos de dieron
una mano, con un amargo sentido de un propósito adulto que el sabia lo
perseguiría por el resto de sus días. “Bueno, mañana les daremos cuartos
decentes ¿okey? Con camas reales.” Tenía el presentimiento de que habrían
dormido afuera en una pista de aterrizaje de habérselos pedido. Ellos no eran
en absoluto inmanejables. Se sentó en la silla y puso los pies sobre un
taburete. Los kaminoanos habían hecho su mejor esfuerzo en proveerles muebles
ergonómicos para los humanos, algo que le parecía una rara concesión dada su
arrogancia xenófoba general. Dejó las luces encendidas, para apaciguar los
temores de los Nulls. Se acomodaron, cubriendo con las mantas sus cabezas por
completo. Skirata observó hasta que parecían estar dormidos, colocó su Verpine
en el estante al lado de la silla, y luego cerró los ojos para permitir que los
sueños lo abrumaran. Se despertó con un tirón explosivo de músculos un par de
veces, una señal segura de que estaba más allá del punto de cansancio y
agotamiento, y luego cayó en un interminable pozo negro. Dormía, o eso pensaba.
Un peso cálido se apretó contra él. Sus ojos se abrieron bruscamente y recordó
que estaba varado en un planeta perpetuamente sobrepoblado que ni siquiera
parecía estar en los mapas estelares, donde las especies locales pensaban que
matar a los niños humanos era meramente control de calidad. El pequeño rostro
aterrado de Ordo miro hacia él. “Kal…”
“¿Tienes miedo hijo?” “Si.” “Ven.” Skirata cambió de posición y Ordo
subió a su regazo, enterrando su rostro en su túnica como si nunca antes lo
hubieran cargado o consolado. No
lo habían hecho, por supuesto. La tormenta empeoraba. “Los relampagos no pueden
lastimarte aquí.” “Lo se, Kal.” La voz de Ordo era bajita. No levantaba la
Mirada. “Pero es como si tiraran bombas.”
Skirata le iba a preguntar a que se referia, pero inmediatamente supo que si lo
hacia el niño podria hacer algo estupido al escuchar su respuesta. Él abrazo a
Ordo y sintió el corazón del niño latiendo de terror. Ordo lo hacia muy bien
para ser un soldado de cuatro años. Ellos podían aprender a ser héroes mañana.
Esta noche necesitaban ser niños, asegurarse que la tormenta no era un campo de
batalla, y no había nada que temer. El relámpago ilumino la habitación un
instante, con furiosa luz blanca. Ordo se estremecio otra vez. Skirata puso su
mano en la cabeza del niño y rizado cabello. “Esta bien, Ord’ika,” dijo suavemente. “Aquí estoy, hijo. Aqui estoy.”
Ocho años despues.
Barracas del Cuartel Generalde las Brigadas de las Fuerzas
Especiales SO
Cinco días después de la Batalla de Geonosis
Skirata había sido detenido por los oficiales de la fuerza
de seguridad de Coruscant y por primera vez en su vida no había peleado.
Tecnicamente había sido arrestado.Y ahora era el hombre más aliviado de la
galaxia, así como el más feliz. Saltó de la patrulla de la policía y se
estremeció ante el agudo dolor en el tobillo cuando cayó al suelo. Lo
resolvería tarde o temprano, pero ahora no era el momento. “Wow, hecha un
vistazo a eso,” dijo el piloto. “Están deteniendo a los escuadrones de
operaciones especiales. ¿Seguro que solo hay seis?" “Sí, seis es
exagerado” dijo Skirata, acariciando discretamente sus bolsillos y mangas para
asegurarse de que las diversas herramientas de su oficio estaban en su lugar y
listas para usar. Era sólo hábito. “Pero probablemente tienen miedo.” “¿Tienen
miedo?” El piloto bufó. "Oye, ¿sabes que Fett está muerto? Windu lo
superó.” “Ya lo sé” dijo Skirata, luchando contra la urgencia de preguntar si
también sabía lo que le había sucedido al pequeño Boba. Si el niño seguía vivo,
necesitaría un padre. “Esperemos que los Jedis no tengan problema con los
Mando’ade[13].” El piloto cerró la escotilla, y Skirata cojeó a través de la
plataforma de aterrizaje del cuartel. El general Jedi Iri Camas, con las manos
en las caderas con su túnica marrón que se movia en la brisa, observó de una
manera que Skirata sólo podía describir como sospechoso. Dos soldados clones
esperaban con él. Skirata pensó que el Jedi tendría que cortarse el cabello
largo y blanco: no era práctico o vendría para que un soldado se pusiera el
pelo sobre los hombros. “Gracias por responder, sargento” dijo Camas. “Y me
disculpo por la forma en que regresaste, me doy cuenta de que tu contrato ha
terminado ahora, así que no nos debes nada.” “Cuando quiera” Dijo Skirata. Noto
los escudos de asalto a prueba de blaster que erigieron alrededor de la entrada
principal. Cuatro escuadrones de Comandos de la Republica permanecían detrás de
ellos, con sus rifles DC-17 listos. Miró al techo, y había dos equipos de
francotiradores de comandos extendidos a lo largo del parapeto también. Sí un
grupo de Comandos Avanzados de Reconocimento clase Null no quería cooperar,
entonces tomaría a muchos hombres igualmente duros para persuadirlos. Y él
sabía que ninguno de los comandos sería feliz de ser ordenado para hacer la
persuasión. Eran hermanos, incluso si los ARC eran hombres bastante diferentes
en el corazón. Skirata se metió las manos en los bolsillos de la chaqueta y se
concentró en las puertas. “¿Y
qué empezó todo esto, entonces?” Camas sacudió la cabeza. "Están
programados para ser refrigerados abajo ahora que están detrás de Geonosis,
porque nadie los puede comandar." "Yo si puedo." “Lo sé, por
favor, pídales que se detengan.” "Son incluso más que un puñado del lote
Alpha de los ARC regulares, ¿no?" “Lo sé, sargento.” “Así que querías que
las tropas más duras que pudieras comprar tuvieran al enemigo, y luego se
pusieron frías cuando llegaron a ser demasiado duras.” “Sargento…” “Por el momento, soy un civil.” Camas
tomo un respiro. “¿Puedes hacer que se rindan? ¡Han cerrado todo el
cuartel!” "Si puedo." Skirata se preguntó si los soldados clon
miraban hacia él o hacia la dirección en la que los estaban confrontando. “Si
ellos tienen sus cascos entendidos usted morirá.” “Pero no lo haré.”
"Realmente no quiero ninguna bajas. ¿Te estás resistiendo por un aumento
de cuota?" Skirata era un mercenario, pero la afirmacion lo insultó. Sin
embargo, no se podía esperar que Camas supiera lo que sentía por sus hombres. Hizo
un esfuerzo para no molestarse. “Enlisteme en el Gran Ejército de la República
y devuélveme a mis muchachos, entonces veremos.” "¿Qué?" "Ellos
están aterrorizados por el congelamiento, eso es todo, tienes que entender lo
que les sucedió como niños". Camas le dirigió una extraña mirada. “Y no
digas nada sobre la influencia de la mente, general.” Skirata no le dio ni un
mott[14] sobre la paga. Ocho años en Kamino entrenando a fuerzas especiales
para el ejército clon de la república le habían hecho rico, y si le daban más
créditos, eso estaba bien; tendría un buen uso para ellos. Pero lo que más
deseaba en ese moemnto y lo que le haria feliz seria regresar con los oficiales
de CSF[15] mostrándoles lo útil que era con un cuchillo de lucha, no estaba
seguro de llevar una vida civil suave cuando sus hombres luchaban en una guerra
desesperada y sangrienta. Y esperaba volver con ellos. Ni siquiera tuvo la
oportunidad de despedirse cuando de repente se dirigieron a Geonosis. Había
durado cinco días miserables sin ellos, días sin propósito, días sin familia. “Muy
bien” dijo Camas. “Estado de asesor especial, puedo autorizarlo, supongo.”
Skirata no podía ver las caras de los comandantes detrás de sus visores, pero
sabía que lo estarían observando cuidadosamente. Reconoció algunos de los
esquemas de pintura de sus armadura Katarn: Jez del escuadron Aiwha-3, Stoker
de Gamma y Ramfrom Bravo en el techo. Escuadrones incompletos: grandes bajas de
Geonosis, entonces. Su corazón se estremeció. Empezó a caminar hacia adelante.
Llegó a los escudos blaster, y Jez tocó su guante con su casco. “Me alegro de
verte tan pronto, Sargento.” "No podía quedarme lejos," dijo Skirata.
"¿Estás bien?" "Me muero de risa con este trabajo." Camas
gritó: “Sargento, ¿y si ellos abren fuego?” “¡Entonces ellos abren fuego!”
Skirata alcanzó las puertas y se volvió de espaldas a ellas por unos momentos,
sin miedo. "¿Tenemos un trato o quieres que me mate con ellos?, porque no
saldré a menos que garantices que no habrá retribución." A Skirata le
pareció que Camas podría ser el que disparara contra él en ese momento. Se
preguntó si sus comandos obedecerían esa orden si se las dieran. No le habría
importado si lo hubieran hecho. Les había enseñado a hacer su trabajo,
independientemente de sus propios sentimientos. “Tienes mi palabra” dijo Camas.
"Considérese en el Gran Ejército y discutiremos cómo vamos a desplegarlo
usted y sus hombres más tarde. Pero primero, ¿Podemos hacer que todos vuelvan a
la normalidad, por favor?” “Le escuchare hasta la última palabra, General.” Esperó
a las puertas unos instantes. Las dos hojas de duracero reforzado se separaron
lentamente. Entró, aliviado y regresó a casa por fin. No, Camas realmente necesitaba
entender lo que les había sucedido a estos hombres cuando eran niños. Tenía que
hacerlo, si quería hacer frente a la guerra que se había desatado. No sólo
sería peleada en el planeta de alguien más. Se pelearía en cada rincón de la
galaxia, en cada ciudad, en cada hogar. Era una guerra no sólo de territorios,
sino de ideologías. Y estaba totalmente fuera del filósofo mandaloriano de
Skirata: pero era su guerra independientemente, porque sus hombres eran su
instrumento, quisieran o no. Un día, él les devolvería algo que los Kaminoanos
y la República habían robado de ellos. Él lo juró. ¡Ord'ika! Llamó. “Ordo, has vuelto a ser un chico
travieso, ¿no?, ven aquí...”
[5] Cuy’va Dar era mando’a para “Aquellos que ya no existen.” Se
les dio ese título a los 100 sargentos que entrenaron a los clones.
[6] Los aiwha son majestuosos reptiles que
sobrevuelan los cielos de Naboo y Kamino, siendo el primero de estos, su planeta de origen. Se
desenvuelven muy bien dentro del agua como en el aire. Tanto los gungan como
los kaminoanos han logrado domesticarlos y los usan como transporte aéreo y
acuático.
[7] Acondicionar un lugar cerrado para que
los sonidos que se producen dentro de él no pasen al exterior o que los del
exterior no entren.
[8] Comparable a “ellos” aruetiise
(ah-roo-ay-TEE-say)
[9]Metal fuerte transparente, como si fuera cristal, usado en toda
la galaxia para la construcción de partes transparente de naves y edificios.
[10] Especie nativa del planeta Sriluur. Contaban con una dura
piel que les ayudaba a resistir el fuego de blaster, haciéndolos perfectos como
guardaespaldas, cazarrecompensas y sobre lo que se destacaban más: piratas,
siendo Hondo Ohnaka uno de los piratas más conocidos.
[11] Acronimo en ingles de Head-Up Display, una pantalla que
desplegaba información al usuario ya sea sobre el estado de una nave o daba
ayuda en situaciones de guerra.
[12] También conocido como flimsipast, flimsy o plast y en otras
ocaciones como plastifino o plastipapel era uno de los soportes de escritura más
populares. Hojas de acrílico del grosor de un cabello eran casi transparentes,
se hacían recopilaciones de tomos en pasta dura, impresión de copias de
archivos informáticos e inclusive para confeccionar batas desechables en
hospitales. El plastipapel era reutilizable pero se disolvía en líquidos.
[13] Mandalorianos, Mando’ade que significa “hijos de Mandalore”.
[14] Pequeñas criaturas parecidas a un pequeño hipopótamo que
residen en Naboo, cuadrúpedos, robustos, herviboros y excelentes nadadores. Los
Gungan y los depredadores del planeta se alimentan de ellos, que sobreviven
debido a su gran tasa de natalidad.
[15] La Fuerza de Seguridad de Coruscant. Por sus siglas en
ingles.
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